Allende: 51 años del golpe de Estado que sepultó a la democracia en Chile

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Salvador Allende, el derrocado presidente de Chile./

Por Ling Almánzar

La tragedia envolvió a Chile en un manto de sombras tras el golpe de Estado que tumbó al presidente Salvador Allende, aquel 11 de septiembre de 1973. Más de cincuenta años después, se recuerda ese hecho infausto como una pesadilla para la democracia de América Latina.

Allende compartía la gran sensibilidad del médico y del político, aunada en él con impresionante nitidez. De hecho, era un alto dirigente del Partido Socialista, se volcó a los pobres y luchó contra las injusticias sociales

En varias ocasiones fue candidato presidencial, sin éxito alguno: una y otra vez era derrotado. Pero logró ganar en 1970. La contienda fue reñida: él quedó en primer lugar, pero con estrecho margen sobre su rival más próximo. Los competidores se retiraron y Allende conquistó el Palacio de la Moneda.

Mas lo echaron de allí tres años después. Una conspiración acaudillada por el general Augusto Pinochet, un gorila uniformado, defenestró a Allende, sumiendo a Chile en las tinieblas del horror.

 El médico presidente había ganado democráticamente con el favor popular, pero, de repente, se veía traicionado y cautivo por los enemigos de la democracia.

Entonces, estando en el Palacio de la Moneda en esos momentos de angustia y horror, tomó el fusil que le había regalado Fidel Castro, y detonó una descarga contra sí mismo. Cayó fulminado por una bala suicida, hundido en su propia sangre.

 Fidel había visitado a Chile más de una vez durante el gobierno efímero de su amigo. Compartían el mismo sentido de solidaridad latinoamericana y la lucha contra la inequidad social y política. Pero el sueño de Allende se fue a pique.

En realidad, la conspiración arrancó mucho antes de 1973. Desde sus primeros días en la Moneda, algunos sectores comenzaron a preparar el zarpazo violento. El jefe del Ejército, el general René Schneider Chereau, fue asesinado durante un intento ultraderechista por secuestrarlo y debilitar al Gobierno. 

Se dice, además, que grandes corporaciones extranjeras -y sus lacayos- querían adueñarse de los recursos naturales (cobre, etc.) que Allende había nacionalizado. El presidente chileno le había dado valor a lo chileno, estatizando importantes empresas como las telefonías y las comunicaciones. 

Eso era demasiado para los ambiciosos extranjeros y locales, que no se quedaron con los brazos cruzados: actuaron decididos a derribar al gobernante y tomar el poder por las armas. Detrás, había un interés económico: la riqueza chilena era un manjar para ellos. Estaban al acecho para devorar los recursos públicos.

Fue una pesadilla. Se desató una dramática y feroz carnicería contra los allendistas, y la represión fue tan cruenta que se abarrotó el Estadio Nacional con los presos políticos, incluyendo al gran cantautor Víctor Jara. Un dominicano desapareció en esa acción. Pinochet y sus golpistas se adueñaron del país.

Hoy, a cincuenta y un años de la catástrofe, se recuerda todavía a Allende y sus luchas por la democracia en su país y el resto de la región.

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