23 años sin Joaquín Balaguer, poeta presidente y líder político

Por: Ling Almánzar.-
Al cumplirse 23 años de su deceso, este 14 de julio, el expresidente Joaquín Balaguer sigue sonando a poder. Su nombre está inevitablemente ligado al ejercicio del mando. Gobernó varias veces en circunstancias disímiles, llevando en ascuas las riendas de la nación. Creó una escuela de mando y poder.
Fue muchas cosas al mismo tiempo: poeta presidente, literato, tribuno, periodista, crítico de arte, líder… Se extinguió el 14 de julio de 2002. En el epílogo trujillista, lo hicieron presidente títere en agosto de 1960. De este modo, coronaron sus frondosos servicios a la tiranía en la que había militado, como soldado fiel, desde sus inicios en 1930.
Lo echaron del país. Un reperpero lo mandó al exilio. Entonces, tuvo que saltar la pared que separaba su casa de la Nunciatura Apostólica. Fue allí donde se refugió, al lado de la cruz, hasta que abandonó el territorio nacional, en 1962. Vivió días difíciles en el exilio. Pero él tenía un alto sentido de la providencia, y sabía que regresaría traído por los caprichos de la historia. Como se creía un predestinado, estaba seguro que no tardaría en retornar al solio, esta vez por muchos años más.
Volvió y venció. Ganó las elecciones de 1966. Era el líder mimado de los gringos. Lo trajeron para gobernar. Era adicto al poder. Esclavo de la voluntad divina, estaba llamado a dejar su marca en la historia nuestra; y la dejó, con pisadas de bronce. Es cuestionable su régimen doceañero: muertes a granel, violencia de Estado, represiones sociales y políticas. Fueron duros esos años.
Salió del poder. Pero volvió a gobernar en 1986. Esta vez, una década más en el poder. No se cansaba de gobernar. No podía vivir sin mandar. En 1994 se produjo una enorme crisis poselectoral, y tuvo Balaguer que ceder dos años. En 1996, sin quererlo, tuvo que irse del Palacio Nacional. En el 2000, con noventa y tres años, volvió a terciar como candidato presidencial. Perdió, pero mostró sus músculos político. Era dueño de un cuarto del electorado, siendo un imán para campesinos y sectores urbanos beneficiados por su imparable política de “varilla y cemento”.
En un momento dado, el Congreso Nacional lo declaró “Padre de la Democracia Dominicana“. Sus detractores han terminado admirándolo y, en algunos casos, hasta imitándolo. Su fallecimiento, el 14 de julio de 2002, fue un acontecimiento de Estado.
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