Antonio Espaillat o el Estado: ¿Quién fue el culpable de la discotragedia?

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Por: Ling Almánzar

Ahora, quince días después, el empresario Antonio Espaillat habló ampliamente de la pesadilla en el Jet Set. Lo hizo en entrevista con el programa El Día, donde dijo que nunca le hicieron cambios a la vetusta estructura que alojaba al desplomado Jet Set. Esta disco se mudó en 1994 al local del desaparecido cine El Portal. Y desde entonces, en los últimos 30 años, la estructura permaneció intacta, con retoques artificiales y un simple maquillaje.

El local por dentro se iba pudriendo. A pesar de sus incesantes filtraciones, las autoridades nunca hicieron revisión o inspección: solo iban bomberos y personal municipal y sanitario, interesados en el manejo de la basura, las puertas de escape y otros asuntitos menores.

Pero nunca llegaron al fondo: no hubo escrutinio del cascarón de varilla y cemento que aún estaba en pie desde hacía décadas. Los vecinos se quejaron por la alarmante contaminación sónica que les robaba el sueño. Los propietarios resolvieron estas quejas: habilitaron puertas de emergencia, encerraron las dos plantas eléctricas, aprisionaron el sonido en el vientre de la disco. La comunidad quedó satisfecha con estas mejoras.

Sin embargo, las mismas quejas rebrotaron al cabo de un tiempo. Entonces, un grupo de comunitarios acudió a la Fiscalía, que se presentó al lugar y chequeó los cambios requeridos. Se hizo lo mismo de la vez anterior, y los lugareños recuperaron la placidez de la noche.

Hace dos años, un rayo cayó sobre un poste eléctrico cerca de la disco, y desató un vivaz incendio en la caseta de las plantas eléctricas. Los bomberos entraron en acción, y en menos de media hora habían apagado las llamas. Las plantas y los cables eléctricos sufrieron daños.

En cambio, nadie pidió cuentas de la estructura. El corroído techo soportaba el formidable peso de seis acondicionadores de aire -con capacidad de refrescar hasta mil personas- y de unos tinacos que suplían el agua usada en los baños y para lavar vasos.

Los mismos propietarios -con Espaillat al frente- ponían parches sobre el techo: lo que hacían era aplicar impermeabilizantes, cuya duración se extendía por seis, siete y hasta ocho años. Pero el techo daba muestras de corrosión interna: tenía evidentes y viejas filtraciones, -estaban desde cuando era cine-, con el agua condesada de los aclimatadores corría al garete por sus venas.

Para disimular este problema colocaban plafones de yeso, y de arriba se desprendían los polvillos blancos del yeso. Esas arenillas caían sobre el público, en plena pista, y los empleados no hacían más que recogerlas. Los plafones se desplomaban a cada rato, como terminó sucediendo con toda la estructura.

En realidad, impermeabilizantes y plafones eran un círculo vicioso, cada vez peor. De hecho, se compraron plafones el mismo lunes 7 de abril, unas pocas horas antes de la pesadilla. La aplicación de impermeabilizantes era una costumbre: la última mano se la habían dado hacía un mes. El techo, a pesar de estos retoques ejecutados por empresas y empleados de la disco, se estaba volviendo arena molida.

“Yo mismo no podía ver el techo, lo que veíamos siempre era los plafones”, dice Espaillat. Y reconoce que “siempre en el edificio hubo filtración; inclusive, cuando lo compramos a finales de los años 80, tenía filtraciones el edificio”.

El empresario dice que, en todos estos años, ningún ingeniero le recomendó intervenir profundamente la estructura, y dice que nunca le hablaron de los efectos del sonido sobre el local. Las autoridades estaban ausentes. Él pudo haber estado allí; pero no. Estando en una feria de comunicaciones en Las Vegas, Estados Unidos, su hermana Maribel Espaillat, administradora de la disco, hundida bajo los escombros lo llama y le comunica la desgracia. Aquí, eran como la 1:30 de la madrugada; allá, tres horas antes: 10:30 p. m.

De inmediato, dispone su regreso. Toma un avión y llega a Atlanta. Los vuelos sufren retrasos. Cuando finalmente aterriza, como a las 3:30 de la tarde del siniestro martes 8 de abril, recibe más detalles de lo ocurrido. Piensa ir al lugar del desastre, pero le aconsejan que no lo haga: los ánimos están muy disparados y todos lo señalan a él como responsable directo. Él podría engrosar la lista de las víctimas. Decide no ir. Se queda en su oficina. Recibe informes. Se pone al corriente, minuto a minuto, de los intensos operativos de búsqueda y rescate.

Después, más adelante, acude a lo que antes fuera la megadisco. Encuentra desolación y tristeza, ruinas y podredumbre. Todo es destrucción y sangre a su alrededor. Ese día, unos 25 empleados estaban allí; seis de ellos cayeron en la tragedia.

Hacía unas semanas que había estado allí, junto a su madre, a su hermana y otros parientes, el lunes 26 de febrero, con “El Mayimbe” Villalona amenizando la fiesta. Solía ir a la disco.

“Tengo un dolor muy grande y lamento en el alma todas las pérdidas; nunca hubiera querido que esto pasara, jamás; desde que eso pasó, yo no he tenido vida. Yo mismo quiero saber qué pasó.”

“Los últimos días, no duermo; hablando con las familias de nuestros empleados, con familias de las víctimas que se nos han acercado”. Ha querido hacer muchas cosas, pero todavía no ha podido hacer”.

¿Quién fue el culpable?

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